Sobre el libro de José Antonio González Robles (JAG).
¡Oh! ¿Qué sentido tendrá el pintar un pollo en el imaginario de JAG? ¿Qué sentido, las ropas, las chaquetas, las sábanas, el pijama? ¿Y las manos y los ojos, y los colmillos que se clavan hambrientos en la carne? ¿Y el tiempo, el presente, el futuro, el día, la noche…? ¿Qué nos dice la mitología cristiana, susurrante, desde sus más oscuros rincones? Bah, en realidad da igual la interpretación que le demos, porque todo esto solo tiene sentido para él. Es algo así como querer leer el sueño de otro e interpretarlo según un manual. Como si toda interpretación fuera única, universal, transversal e inequívoca. La búsqueda de significado es siempre, aun sin darnos cuenta, la confesión de que se está viviendo en mitad de la más absoluta carencia de significado. No reconocerlo es caer en trampas interpretativas que hablan más de ti, lector, lectora, que del escritor. Este solo quería hacer “algo útil y divertido”, al más puro estilo renacentista, en un momento de su vida en el que todo le parecía banal y aburrido. De un desocupado autor a un desocupado lector, con cariño.
Hay que acercarse a este libro desde uno mismo. No importa, no, lo que quiera decir el autor. Lo que él quiso decir solo ha sido capaz él de descifrarlo en el momento presente, años más tarde. Lo que importa es qué te mueve a ti, que lees ahora e interpretas. Y JAG, como en todos sus escritos, mueve muchas cosas, ¡vaya si mueve!, es un maestro de sacudir cabezas pensantes, de mostrar ridículas las posturas más orgullosas y de darle a la cotidianidad un aire cautivador y a veces mágico, como el aire que Horacio Oliveira describía en sus paseos sin sentido por París.
El Gran Shit Appeal es un personaje circense, lleno de sentido sinsentido, con los bolsillos llenos de pollos pintados.
El Gran Shit Appeal es, además, el diario personal que un príncipe azul escribe desde la taza del váter mientras defeca. Es un libro que se presenta a modo de pensamientos en sublime imitación de un poemario. Este príncipe es un alter ego de JAG, como el ficticio profesor de gimnasia y retórica que también era Antonio Machado. Ese príncipe azul, como tiene sangre real, en su sentido figurado, también tiene grandes aspiraciones humanistas y cabila incesantemente acerca de las grandes cuestiones heredadas, hasta que tiene que limpiarse y accionar la cisterna y apartar una mosca que se le ha posado en la mano un poco manchada que enseguida se lavará concienzudamente. Humanos, demasiado humanos, pequeñamente humanos, terriblemente humanos. Esta es la realidad, no podemos escapar de ella. Por eso, a veces, al leer, parece que falta el oxígeno entre línea y línea; por eso, al aspirar ansiosamente una de esas bocanadas de aire viciado que parece dibujar, este entra como una bendición y todo él es maravilloso, porque, aunque con olor a podredumbre, trae consigo el ansiado gas. Un gas no inocuo que, digámoslo así, mata. Y esa muerte no acaba con los aplausos y la bajada del telón. Las visibles y ruidosas tramoyas nos anuncian que tras ella hay un cambio de escena, y con él, un cambio de vestido del actor principal que, aunque tras la máscara, a veces se muere de vergüenza solo en el escenario ante al público, pero no tiene más narices que seguir interpretando, ya que se ha metido en el dichoso jardín. Puro teatrum mundi. He estado pensando, después de leerlo, que si un extraterrestre me solicitara alguna lectura para acercarse un poco más al conocimiento del ser humano contemporáneo occidental del sur de Europa, yo, humildemente y enrojeciéndome algo, le ofrecería esta.
Y si esto les parece algo surrealista, esperen a conocer, señoras y señores, a otro personaje que habita en este libro, sí, vamos a decirlo, en este libro raro. Chani González (y todo queda entre Gonzáleces) es la mano que le insufla vida. Este ser es un grotesco dibujo animado de nombre Plastiman. ¿Otro alter ego del autor? Su mayor destreza es la de mover su cuerpo y estirarlo hasta límites insospechados. Según su creador, es un ser con total libertad molecular, algo muy preciado en los círculos de amantes de la física cuántica. Él es el rey del contorsionismo que se lanza a la arena iluminado por un potente y único foco y por su sempiterna sonrisa dibujada. Plastiman transforma su cuerpo en figuras imposibles, un constante interrogante que acecha simpáticamente, desde el desafío, como un experto payaso que actúa con música de Max Richter. ¿Es quizás este un libro de transformación? No lo sé, no importa mucho tampoco, pero, por hacer algo ahora que estamos desocupados, voy a lanzarme a una posible interpretación de aquellas que Susan Sontag aborrece.
A mi modo de ver, lo alquímico está muy presente en este libro raro. JAG convierte la luz de su flexo en oro y el cemento de las calles en plata. El sí que es no y el no que es sí. Y cómo no iba a estar presente la alquimia, pasar de lo sublime a lo burdo y viceversa no es como atravesar una puerta y pasar de una habitación a otra, requiere de todo un proceso, seamos conscientes de ello o no. Lo bonito de este libro especie de poemario es que en él se muestran todos los mecanismos de transformación, todas las palancas, que accionan una maquinaria sencilla pero eficaz; muestra también todos los alambiques con sus humores, el horno y el crisol, todo, como si entraras en el laboratorio de un alquimista del alma.
La historia comienza con un samurái que lucha por las causas justas y que advierte a quien se encuentra por el camino que si se atreve a enfrentarse a él, se adentrará en ardua batalla. Cuando despierta, es un príncipe azul sentado en el váter sin fuerza alguna para impartir justicia. Le han robado el mango de la espada a Salomón y la justicia, de repente ahora, no es más que un ideal susceptible de modificación en función de quién posea el dichoso mango que parece concentrar todo el poder. Se desmoronan todos los esquemas a nuestro alrededor, mientras nos aferramos a ellos porque nos dan seguridad, y solo lo ve el bufón de la corte, a quien nadie toma en serio. El bufón se resigna a vivir en su prisión entre las risas. La prisión es una casa acomodada con todo lo necesario para vivir, pese a todo: cucharas, manteles, percheros… Esa prisión, en realidad, he aquí la tragedia y la salvación, no es la casa, no es, ni siquiera, el mundo, sino que la prisión es lo que hace que el mundo aparezca como tal: esto es, la mirada.
Después de leer esta reseña, no vayáis corriendo al Fnac a comprar el libro, como me imagino que haréis. Es una autoedición, cuidada hasta el mínimo detalle, como solo la mano de un artista puede hacer. Si queréis tener este extraño tesoro entre vuestras manos, aunque solo sea para olerlo, contactad con su autor, mingo_jag@yahoo.es.
Para abriros boca, aquí tenéis su blog: http://hambredejag.blogspot.com.es. ¡Feliz lectura!
Mar Merino.
Barcelona, enero 2017.
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